Uno puede despertarse en la mañana con la sensación de estar descansado, con la alegría de haber tenido una noche reparadora y unos sueños agradables. Es posible que te levantes, te mires dificultosamente en el espejo del baño a causa de tus párpados hinchados y no te encuentres demasiado feo. Te desnudas y te encuentras satisfecho con la masa que cubre tu esqueleto; te duchas y te relajas al mismo tiempo que te despabilas. Todo va bien, casi perfecto.
Estás en la cocina sirviendo el café en tu taza preferida, la que compraste en ese viaje que tanto disfrutaste, y de pronto pareciera que se abre la caja de pandora y todos sus seres apocalípticos y calamitosos se asoman al piso de tu casa representados en el más terrible y temible de ellos: una rata, un ratón, una cucaracha, una hormiga o una mariposa negra muerta con sus alas de mal agüero hechas polvo.
La vida se encarga de ponernos absolutamente todos los días pequeños obstáculos que nos impiden alcanzar la más sublime dicha, el gozo total, un estado de bienestar inconmensurable, la perfección completa. Podemos decir que se trata de un complot sobrenatural hacia los humanos para mantenernos sometidos en una vida repulsiva y despreciable, o podemos alegar, con mejor gana, que son pequeños retos para poner a prueba nuestro sentido del humor y nuestra capacidad de frustración.
Todo depende de la perspectiva y, por supuesto, de las circunstancias. Digo, no es lo mismo que se te rompa un tacón a las cinco de la mañana, después de que se terminó la fiesta y cuando estás a un metro de distancia de tu coche, a que se te rompa el tacón el día de tu boda en el extremo equivocado del pasillo.
Estas molestias, tal como parece, no son siempre tan pequeñas. Estos incidentes que podrían parecer insignificantes en realidad están todo el tiempo definiendo, en mayor o menor medida, el rumbo de nuestras vidas. Olvidar el celular en casa puede resultar en un necesario descanso o la pérdida de empleo; entender mal una palabra en una conversación puede quedarse en ocasionar una simple broma o ir hasta el rencor.
El secreto está, yo creo, en no obsesionarse con ellos. La gran mayoría de estos incidentes se escapan de nuestro control y nuestra voluntad, así que pocas veces podemos preverlos. Lo mejor es no preocuparse por ellos sino simplemente ocuparse, considerando que no podemos hacer nada por cambiar lo sucedido.
En la medida en que hagamos importantes estos acontecimientos será el grado de afectación que tendrán en nuestras vidas. Como casi siempre, todo está en la actitud: nuestra novia puede ponerse a llorar desconsoladamente a la entrada de la Iglesia, o mandar a volar ambas zapatillas y caminar en puntitas hasta el altar; podemos, mientras seguimos sirviendo nuestro café, decirle al bicho “buenos días, te mato más tarde” o pensar en él todo el día y resignarnos a traer mala vibra.
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